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La infancia y adolescencia son periodos de la vida que se caracterizan por múltiples cambios fisiológicos y psicológicos y en los se establecen los hábitos nutricionales presentes y futuros. Así mismo, la edad escolar representa un periodo clave en el desarrollo de los hábitos de práctica física, ya que si se
consolidan estas actividades en la infancia, se incrementa la posibilidad de que los jóvenes se conviertan en adultos activos.
La práctica deportiva en el niño y adolescente es una de las actividades preferidas para el ocio. En estas edades se realiza deporte para divertirse, pasarlo bien y aprender, pero también para obtener el reconocimiento por compañeros, mejor integración y valoración dentro de un grupo. El adolescente siempre está pendiente de las opiniones que los otros tienen de él, por eso intenta mejorar sus habilidades deportivas y siempre se compara, sobre todo entre los 11 y los 13 años. En esta edad es cuando la motivación por ganar toma más importancia. La victoria se percibe como una superioridad sobre los rivales, con reconocimiento y autoafirmación. Otra satisfacción que el adolescente busca en el deporte es mejorar su imagen y el atractivo corporal; sin ser realmente valorado como beneficioso para el mantenimiento de la salud y para reducir el riesgo futuro de enfermedades.
La actividad física supone un 25-30% del gasto energético total. Es el componente del gasto diario que más puede variar entre individuos, pudiendo modificarse fácilmente mediante cambios en la cantidad e intensidad de ejercicio físico o en los hábitos de comportamiento. Es importante enseñar a los niños a tener un
estilo de vida saludable desde que son pequeños ya que los hábitos que se adquieren durante la infancia tienden a mantenerse durante el resto de la vida.
Están demostrados todos estos efectos beneficiosos de la actividad física sobre la salud. Sin embargo, el ejercicio físico intenso y el deporte de competición se desaconsejan durante la adolescencia y en cualquier otra edad cuando producen agotamiento o fatiga extrema. Los aspectos negativos están relacionados con la frecuencia de aparición de lesiones. El daño tisular puede suponer la destrucción de la membrana celular con efectos no sólo en el músculo, sino en otros territorios como el hígado e incluso el tejido óseo. Las causas que desencadenan estos aspectos negativos no están claras, pero cada vez existen más indicios de que se asocian con la formación de radicales libres.
La presencia de obesidad en edades tempranas constituye un factor de riesgo reconocido para el desarrollo adulta, asociándose a mayor morbilidad a corto y largo plazo con un substancial efecto en el riesgo cardiovascular.
La definición ideal de la obesidad se basa en el porcentaje de grasa corporal, lo que no es sinónimo de exceso de peso. El Índice de Masa Corporal (IMC)= Peso/Talla2 (Kg/m2) es el método clínico estandarizado para definir la obesidad en los adultos y proporciona en los niños un índice razonable de adiposidad utilizando las gráficas adaptadas a cada población, edad y sexo. Desde un punto de vista práctico, se puede considerar sobrepeso un IMC entre el p90 y 97 y obesidad cuando el IMC es superior al p97.
En la actualidad, la obesidad es el trastorno nutricional más frecuente en la población pediátrica, habiéndose triplicado su incidencia en los últimos 30 años. En España, el estudio en niños, puso en evidencia que el 14% de la población española entre 2 y 24 años presentaban obesidad y el 12,4% sobrepeso. El incremento en la prevalencia de obesidad es debido a dos factores fundamentales, el exceso de la oferta de alimentos y la vida sedentaria.
Existen periodos de mayor riesgo para el desarrollo de la obesidad en el niño y adolescente y es importante identificarlos. En el niño, después de un aumento inicial del IMC en el primer año este disminuye, volviendo a aumentar de nuevo en el periodo conocido como rebote adiposo (de los 4 a 8 años). Este es el primer periodo de riesgo de obesidad persistente, independiente del riesgo de obesidad parental. En aquellos niños en los que el rebote comienza más pronto hay un mayor riesgo de obesidad persistente.
El segundo periodo de riesgo para el desarrollo de la obesidad es la adolescencia. En la pubertad, en el sexo femenino aumenta la grasa corporal con acúmulo de esta en la región glútea mientras en los varones disminuye la grasa corporal pero su acúmulo es central. Es el depósito de grasa visceral el que aumenta el riesgo cardiovascular. El riesgo de persistencia de la obesidad es mayor en las mujeres adolescentes, pero el riesgo de mortalidad asociada con la obesidad es más alto en los varones. La morbilidad en el adulto obeso es más elevada si ha existido previamente obesidad en la adolescencia.
La pubertad es la fase del desarrollo humano que lleva a la adquisición de la madurez sexual y la capacidad reproductiva y supone el periodo de transición que
va desde la infancia hasta la edad adulta y en el que se producen una serie de cambios a diferentes y múltiples niveles. La cronología de la pubertad es extremadamente variable en función del componente genético (racial y familiar) y ambiental (nutricional-afectivoenfermedades crónicas). El inicio del desarrollo mamario es habitualmente el primer signo clínico de la pubertad femenina, acontece hacia los 10,5-11 años de edad. La primera regla o menarquia, suele aparece a los 18-24 meses del inicio del botón mamario. La edad de la menarquia está relacionada con factores genéticos y ambientales, y existe una relación entre sobrepeso y la edad de la menarquía.
En la pubertad se produce una aceleración en la velocidad de crecimiento (brote ó estirón puberal) con un incremento en la talla que puede llegar a ser de 20-25 cm durante unos tres años, una ganancia de peso significativa y cambios en la distribución regional de la grasa corporal. En las niñas, la masa grasa es aproximadamente tres veces mayor en el estadio V de Tanner que en estadio I. El pico de masa muscular en las mujeres coincide con la menarquia, y posteriormente se produce un descenso.
En todas las franjas de edad, existen diferencias en la práctica deportiva según el sexo, la participación masculina es siempre superior, más a partir de los 12 años cuando algunas chicas abandonan progresivamente el deporte. Los adolescentes con frecuencia encuentran en el deporte una herramienta para la mejoría de su imagen corporal (adelgazamiento, desarrollo muscular); este deseo intenso puede desencadenar prácticas obsesivas con trastornos como anorexia, bulimia o vigorexia.
Numerosos estudios en la edad pediátrica han demostrado que el síndrome metabólico (SM) definido como conjunto de factores de riesgo cardiovascular (obesidad, hiperglucemia, hiperinsulinemia, dislipemia, hipertensión) ocurre ya en la infancia. La edad, pertenecer a ciertas razas, el sedentarismo, la obesidad y factores genéticos parecen aumentar igualmente el riesgo de padecer SM. Por todo ello los efectos beneficiosos en la prevención de la obesidad y fomentar la actividad física en esta edad son indiscutibles. El tratar la obesidad es extremadamente difícil, requiere recursos, familias y niños muy motivados. En España se ha desarrollado por el Ministerio de Sanidad y Consumo, en febrero de 2005,
la estrategia NAOS (Nutrición, Actividad física, prevención de la Obesidad y Salud), plan destinado a combatir la obesidad mediante la promoción de una nutrición saludable y la práctica de ejercicio físico, estableciendo otras medidas como la creación en los lugares de residencia de espacios que generen ambientes propicios para fomentar la práctica de actividad física diaria, como poder ir a pie y/o en bicicleta al colegio y/o al lugar de trabajo.
Es importante destacar los efectos favorables de la actividad física en la obesidad, pues conduce a una supresión del apetito, que contribuye al retraso del acúmulo energético bajo la forma de tejido adiposo, así como al aumento del gasto energético. La actividad física regular reduce la resistencia a la insulina, mejora la tolerancia a la glucosa, reduce el riesgo de DM2 y el riesgo cardiovascular.
La obesidad es un problema de salud pública, la intervención del sector sanitario para la mentalización hacia un cambio de hábitos saludables es fundamental, así como un adecuado asesoramiento y recomendación de práctica regular de actividad física como mecanismo de prevención de actores de riesgo.
La mayor parte de las actividades deportivas de los niños, tales como fútbol, baloncesto, balonmano, natación, atletismo de velocidad, gimnasia y baile, dentro de la competición escolar (no de alta competición), no son de resistencia y utilizan como fuente energética las diversas vías del metabolismo aeróbico, participando en pequeño grado de las vías anaeróbicas.
La fuente inicial de energía es la grasa y, a medida que la actividad progresa, el glucógeno muscular. Cuando este se agota y continúa la progresión de intensidad baja a alta, el músculo comienza a utilizar como fuente energética la glucosa que proviene del glucógeno hepático. Una vez agotada la vía aeróbica, comienza el metabolismo anaeróbico y la producción de ácido láctico, y esto puede ocurrir, según el grado de entrenamiento, en los llamados deportes de resistencia, que cada vez tienen más adeptos entre la juventud, como maratones, triatlón y ciclismo, que utilizan mucho más el metabolismo anaeróbico.
La FAO/OMS ha establecido una serie de recomendaciones para estimar las necesidades de energía en los diferentes grupos de población. Las ecuaciones propuestas para el cálculo de la tasa metabólica basal (TMB) en niños y adolescentes se muestran en la tabla 1.
El gasto energético total (GET) se estima como el producto de la TMB por un coeficiente que estará en función del sexo y del grado de actividad física (tabla 2).
Estas recomendaciones pueden ser válidas para niños y adolescentes que realizan actividad física en centros de educación, juegos y deportes recreativos, ya que solo constituyen unos valores medios de referencia. Sin embargo, en individuos que practican deportes de forma periódica e intensa y, sobre todo, deportes de competición, en los que, como ya se ha explicado, pueden realizarse hasta dos o tres sesiones de entrenamiento al día, la situación es distinta y requiere una atención especial para determinar las necesidades de energía. La estimación del GET debe llevarse a cabo de una forma más precisa y personalizada.
Con respecto a la distribución de macronutrientes, parece aconsejable mantener proporciones no muy alejadas de las de la población pediátrica y adolescente en general: al menos un 50% de calorías procedentes de los hidratos de carbono, un 12-15% procedentes de las proteínas y un 30% procedentes de los lípidos.
En una dieta equilibrada, el 25-30% de la energía debe ser aportada en forma de grasa. En los lugares donde la dieta es rica en ácidos grasos monoinsaturados, como los países mediterráneos, donde existe un elevado consumo de aceite de oliva, los lípidos pueden llegar a aportar hasta el 35% de la energía total de la dieta, pero siempre que la proporción entre ácidos grasos saturados, monoinsaturados y poliinsaturados sea de 30:50:20, respectivamente.
Las recomendaciones dietéticas de proteínas en niños y adolescentes que realizan una actividad física moderada, considerada como habitual para estas edades, serán aquéllas que proporcionen entre el 12 y el 15% de cantidad energética total o bien 1,0-1,5 g/Kg de peso corporal/día de proteínas. En el caso de niños y adolescentes que practican deporte de forma regular o de competición, parece más aconsejable recomendar en la dieta cantidades de proteínas de 1,5-1,8 g/kg/día, puesto que se ha demostrado que durante el ejercicio aumenta la oxidación de ciertos aminoácidos, como la leucina. Cantidades superiores a éstas no son aconsejables y, en cualquier caso, nunca deben sobrepasar los 2 g/kg/día, no sólo por no existir pruebas de que un exceso de proteínas aporte mayor energía o evite la fase catabólica relacionada con el ejercicio, sino también por las adversas consecuencias que las dietas hiperproteicas tienen sobre la salud, como alteraciones renales y hepáticas, además de que por su riqueza en fosfatos y por estimular la gluconeogénesis pueden producir pérdida de masa ósea.
Más de la mitad de las calorías ingeridas en una dieta equilibrada, tienen que ser a expensas de hidratos de carbono. Los hidratos de carbono no digestibles, o fibra alimentaria, aún cuando no aportan energía, deben estar en cantidades adecuadas en la dieta, por sus efectos en los procesos de digestión y absorción. Las cantidades recomendadas son 25-30 g/ día. Por un lado, deben ser aportados por la dieta en cantidad suficiente, pues estimulan el peristaltismo y regulan el tránsito intestinal, por otro lado, no deben ingerirse en exceso, pues ocasionan sensación de saciedad y producir distensión del tubo digestivo, lo que puede llevar a una reducción de la ingesta de energía o de nutrientes esenciales.
Las recomendaciones para la mayoría de las vitaminas establecidas para la población española son aplicables a niños y adolescentes que realizan actividades físicas y solo aquellas vitaminas cuyas recomendaciones se han establecido en función de la cantidad total de energía ingerida (tiamina; 0,4 mg/1000 Kcal; riboflavina: 0,6 mg/1000 Kcal; niacina 6,6 mg/1000 Kcal) deberá aumentarse cuando las demandas de energía se vean incrementadas por la actividad física.
Es aconsejable extremar la cautela sobre las recomendaciones de suplementos de antioxidantes, como las vitaminas C y E, por la limitada información disponible actual sobre la bioquímica de los radicales libres.
En el caso de adolescentes que realizan una actividad física normal en etapas de crecimiento, los conceptos anteriormente descritos en relación con las recomendaciones de vitaminas son también aplicables a las cantidades aconsejadas de electrolitos y oligoelementos, siempre que la dieta ingerida sea equilibrada y variada.
Se debe prestar especial atención a los contenidos de algunos elementos minerales de la dieta, como el hierro y el calcio. Se han descrito estados de anemia en jóvenes deportistas, sobre todo en el caso de adolescentes femeninas que ingieren dietas restringidas en energía o con baja densidad de hierro. Por otro lado, la actividad física aumenta la masa ósea y su contenido mineral, lo que implica que la práctica deportiva ocasiona mayores demandas de calcio. Las recomendaciones de calcio en individuos que realizan deportes de competición son de 1200-1500 mg/día. Los valores más elevados deberán considerarse especialmente en las etapas de crecimiento, con un tejido esquelético en desarrollo y también con elevadas pérdidas en el sudor (300-500 mg/día).
El riesgo de sufrir una deshidratación es mayor durante las etapas de crecimiento, dado que el sistema nervioso, responsable de la regulación de la temperatura corporal, no está suficientemente desarrollado. Existe una gran variabilidad en las necesidades de agua en relación con los diferentes tipos de deporte, así como con la temperatura y humedad ambientales. Por ello, el Comité de expertos del NRC recomienda que el consumo de líquidos se base sobre la
propia ingesta energética del individuo. Así, en los niños las recomendaciones son de 1-15 ml/Kcal, teniendo en cuenta los factores que puedan aumentar las necesidades.
Es importante enseñar a los niños a tener un estilo de vida saludable desde que son pequeños. Se debe comenzar por una buena alimentación desde que son bebés, y a inculcarles el amor por la actividad física desde los 2 años como un simple juego y más tarde desarrollarlo como una disciplina. Es importante que el niño disfrute con lo que hace, respetar sus gustos y sus condiciones físicas.
Dado que están en un periodo de la vida donde es obligatoria la escolarización, es previsible que cuenten con profesionales de la Educación Física para inculcarles estos valores.
Hay que estimular a los padres a limitar el tiempo de “pantalla” (televisión, videojuegos, ordenadores…) a menos de 2 horas diarias y sustituir las actividades sedentarias con otras que requieran más movimiento. Los padres deben tratar de ser modelos de estilos de vida activos y estimular a los niños a aumentar la actividad física.
Está claro que existe un interés acerca de la condición física de niños y adolescentes ya que va a permitir desarrollar y mantener la capacidad funcional que se requiere para satisfacer las demandas durante la vida y promover una vida sana.
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