En pediatría el cáncer, al igual que en los adultos, se produce por cambios en el material genético de las células (mutaciones). Estas mutaciones proporcionan a la célula tumoral la capacidad de dividirse sin control. Las células normales están programadas para dividirse un número limitado de veces y finalmente mueren. Esto no ocurre en las células cancerosas, que se dividen de forma descontrolada sin llegar a destruirse, originando tumores.
Estas células tumorales pueden quedarse localizadas en el lugar donde se produjeron, aunque también pueden diseminarse a otros tejidos a través de la sangre o del sistema linfático dando lugar a metástasis lejos del lugar del tumor inicial. Las células tumorales de la leucemia y de los tumores cerebrales pueden diseminarse también a través del líquido cefalorraquídeo, que está alrededor del encéfalo y la médula espinal, produciendo metástasis a ese nivel.
Los tumores malignos tienen la capacidad de invadir otros tejidos y producir metástasis a distancia. En los tumores benignos suele ser suficiente con un tratamiento quirúrgico para extirpar el tumor. Los tumores malignos, también llamados neoplasias, pueden requerir otros tratamientos además de la cirugía, como quimioterapia o radioterapia, para eliminar las células que pueden haber migrado a través del torrente sanguíneo, linfático o por el líquido cefalorraquídeo.
A diferencia de los cánceres de adultos, la mayoría de los casos de cáncer en la edad pediátrica y en la adolescencia son esporádicos y de causa desconocida. En la mayoría de los casos no puede establecerse una asociación directa con exposición a carcinógenos ambientales (tabaco, alcohol, dieta, radiación ultravioleta, infecciones…). Como excepciones existen algunos tumores relacionados ocasionalmente con la infección por el virus de Epstein- Barr como la enfermedad de Hodgkin, linfomas no Hodgkin o el carcinoma nasofaríngeo; o el carcinoma de cuello de útero relacionado directamente con el virus del papiloma humano adquirido por transmisión sexual.
Existen algunos síndromes de predisposición al cáncer producidos por alteraciones genéticas que facilitan la aparición de cáncer en los pacientes a lo largo de su vida, pero esto en la infancia y la adolescencia no es lo habitual.
En resumen, lo más frecuente en oncología pediátrica es que el cáncer se produzca por mutaciones al azar en el proceso de división celular normal, sin ninguna predisposición genética hereditaria ni ningún agente externo que lo favorezca.
En la edad adulta los tumores que predominan los carcinomas, pero en niños son mucho más frecuentes los tumores embrionarios, de crecimiento rápido, muy agresivos e invasivos. En los adolescentes los tumores embrionarios son menos frecuentes, pero hasta 2/3 de los casos presentan cánceres característicos de la edad pediátrica y no de adultos (leucemias, linfomas, tumores cerebrales, sarcomas de partes blandas o de hueso).
Los tipos de cáncer más frecuentes en los niños menores de 14 años según su localización son: leucemia (30%), tumores del sistema nervioso central (SNC) (20%), linfomas y tumores de cresta neural. El cáncer más frecuente en niños es la Leucemia Linfoblástica Aguda (LLA).
En los adolescentes, los tumores malignos más frecuentes según su localización son: tumores óseos (28%), linfomas (20%), tumores del sistema nervioso central (SNC), leucemias y sarcomas de partes blandas.
Los signos y síntomas de presentación del cáncer pediátrico dependerán del tipo de enfermedad oncológica y de la localización y extensión en el momento del diagnóstico. Los tumores sólidos se presentan como bultos visibles o palpables, más o menos dolorosos, es posible que en ocasiones limiten la movilidad. Los tumores cerebrales producen vómitos, dolores de cabeza, alteración en la visión debido a las estructuras que comprimen. Las leucemias y los linfomas pueden dar clínica más difícil de reconocer como hematomas en la piel, facilidad de sangrado, inflamación de los ganglios o del bazo, y presencia de dolor generalizado y/o en las articulaciones. Por último decir que el cáncer infantil puede producir síntomas inespecíficos como cansancio, fiebre, disminución del apetito y pérdida de peso.
Es necesario tratar a los pacientes oncológicos pediátricos de acuerdo a protocolos nacionales e internacionales consensuados según la patología que presente por tratarse de enfermedades poco frecuentes.
La supervivencia del cáncer infantil es muy superior a la del cáncer de adultos. En oncología infantil la supervivencia global a cinco años se sitúa en un 80%.
Los tejidos que más rápido se dividen son los que más se afectan durante el tratamiento con quimioterapia o radioterapia, como la médula ósea (descenso de las defensas con aumento de infecciones, anemia y disminución de las plaquetas), caída del pelo y alteración de la mucosa que recubre el tubo digestivo (mucositis y alteración del tránsito intestinal). Otros efectos secundarios frecuentes son nauseas, vómitos, alteraciones en distintos órganos (hígado, riñón).
El tratamiento del cáncer además produce efectos secundarios tardíos y aumenta la aparición de segundas neoplasias. El riesgo de complicaciones tardías dependerá del tipo de enfermedad oncológica y del tratamiento específico recibido. Los efectos secundarios del tratamiento pueden afectar a casi todos los órganos. En niños también se producen alteraciones tanto en el desarrollo físico como psicológico y cognitivo.
Tres de cada cuatro supervivientes padecerán una enfermedad crónica que precisará seguimiento. Más de un tercio de los largos supervivientes de un cáncer infantil presentará algún efecto adverso tardío severo. El hecho de haber tenido cáncer en la infancia aumenta ocho veces el riesgo de desarrollar una enfermedad crónica severa.
Existen determinados efectos secundarios que van a repercutir negativamente en la condición física de los pacientes (como la fatiga, el dolor o las secuelas que provoquen discapacidad) y, finalmente en su calidad de vida. Estos efectos secundarios asociados a la vida sedentaria propia de nuestra sociedad van a aumentar el riesgo de complicaciones asociadas a la inactividad como son la hipertensión, la diabetes, la obesidad, la patología coronaria y la osteoporosis.
Muchos son los tratamientos que van a alterar en mayor o menor medida la capacidad física de los pacientes oncológicos pediátricos. En este capítulo solo destacaremos las antraciclinas, la radioterapia y los corticoides.
Las antraciclinas pueden producir toxicidad cardiaca a corto, medio y largo plazo, motivo por el cual los pacientes que las reciben seguirán de por vida controles cardiológicos.
La radioterapia producirá toxicidad en la zona donde se aplique: en el tórax aumenta el riesgo cardiovascular y,
si se administra en zonas de hueso y músculo, producirá zonas de atrofia y deformidades de esa zona.
Los corticoides son una medicación muy utilizada en oncología pediátrica, ya que muchos tumores son muy sensibles a este tratamiento. Su toxicidad sobre todo afecta a la pérdida de masa ósea (aumenta el riesgo de osteoporosis y de fracturas) y además puede alterar la distribución de la grasa corporal.
La fatiga en el cáncer se debe a distintos factores: la propia enfermedad, los tratamientos oncológicos y a la propia inactividad. Además están implicados factores psicosociales, como la percepción del paciente de sentirse “enfermo”.
La fatiga es una queja habitual en los pacientes con cáncer durante el tratamiento y perdura meses o incluso años tras haber terminado el tratamiento. Es un síntoma mucho más frecuente en la edad adulta. En oncología pediátrica, los adolescentes refieren más fatiga comparados con la población infantil.
La fatiga unida a la falta de ejercicio conduce a una alteración muscular por el desuso (atrofia muscular), que va a favorecer y a agravar a su vez, la propia fatiga. Se genera así un círculo vicioso entre falta de actividad, fatiga y atrofia del que es difícil sacar al paciente. Sólo la realización de ejercicio físico regular es capaz de romper ese círculo.
La actividad física mejora otros aspectos como las habilidades cognitivas y la reintegración en grupos.
También se ha demostrado que la realización de ejercicio físico de forma regular disminuye el aumento de riesgo cardiovascular producido las antraciclinas.
Otro de los beneficios demostrados de la actividad física mantenida es el aumento de la eritropoyesis (aumento de la producción de glóbulos rojos) que contribuye a un aumento de la capacidad de transporte de oxígeno por la sangre.
La realización de actividad física continuada contribuye a frenar la pérdida de masa ósea asociada al tratamiento con corticoides prolongados y la inactividad, con lo que se considera un tratamiento para evitar la osteoporosis.
El nivel de actividad física de los pacientes oncológicos pediátricos es significativamente menor que el de los niños sanos. Esta diferencia es aún mayor cuando el paciente se encuentra ingresado durante el tratamiento o sus complicaciones. Estudios dirigidos por el Childhood Cancer Survivor refieren que un 60-70% de los supervivientes de cáncer infantil son físicamente menos activos en comparación con sus hermanos.
La recomendación de ejercicio físico según la OMS (Organización Mundial de la Salud) para la población pediátrica consiste en la realización de actividad física moderada-vigorosa durante 60 minutos al día. Estas recomendaciones no se cumplen en la mayoría de los pacientes pediátricos durante el tratamiento oncológico y el nivel de actividad física que realizan los supervivientes de un cáncer infantil también está por debajo de lo recomendado por la OMS.
La realización de actividad física regular durante la infancia y la adolescencia es necesario por distintas razones:
No todos los ejercicios son adecuados para todos los pacientes y, en un mismo paciente, deben indicarse un tipo u otro de ejercicios en función del momento del tratamiento y de su situación clínica.
Lo ideal es contar con expertos en actividad física especializados en salud que asesoren del mejor entrenamiento para cada paciente. Y siempre preguntar al oncólogo pediátrico sobre la idoneidad de los distintos tipos de ejercicio físico.
El mejor ejercicio físico para los niños y adolescentes con cáncer debería combinar distintos tipos de ejercicios:
La intensidad de los ejercicios y su duración se irá adaptando a cada paciente, aumentando de forma incremental, si el paciente lo permite, y siempre de forma supervisada. Lo ideal es que un entrenamiento durara entre 40 y 60 minutos.
El ejercicio físico en los niños y adolescentes con cáncer debe introducirse en la rutina diaria del paciente. Lo ideal sería de 3 a 5 días a la semana.
Existen una serie de contraindicaciones en el paciente oncológico pediátrico para la realización de ejercicio durante el tratamiento oncológico:
Es importante que la realización de ejercicio físico sea una práctica segura, por lo que debe valorarse el riesgo individual que tiene el paciente de sufrir una fractura antes de indicar el entrenamiento. Si hay un tumor óseo o existe un riesgo importante de osteoporosis, por consumo crónico de corticoides, hay que vigilar qué tipos de ejercicio deben evitarse por el riesgo de fractura. Esto no significa que no se deba realizar actividad física, sino que deben realizarse algunas adaptaciones.
Existen distintos aspectos que dificultan la realización de actividad física en los pacientes pediátricos que están recibiendo tratamiento oncológico:
En los supervivientes de cáncer pediátrico es fundamental establecer estilos de vida saludable, como la realización de ejercicio físico regular y una alimentación saludable, que ayudará a disminuir el riesgo aumentado que tienen de complicaciones derivadas de su tratamiento.
Los supervivientes de cáncer infantil, por lo general, son más sedentarios. Existen distintas explicaciones por las cuales los niños que se han curado de un cáncer realizan menos actividad física:
Un estudio americano reciente, que incluyó a más de 15.000 supervivientes de cáncer pediátrico que fueron seguidos por lo menos durante 10 años después de terminar el tratamiento, comprobó que existían diferencias significativas entre el riesgo de mortalidad y el ejercicio que realizaban. Existía una relación inversa entre el ejercicio físico realizado y la mortalidad por cualquier causa. Se observó que realización de ejercicio regular en supervivientes de cáncer infantil durante 8 años se asoció a una disminución del riesgo de mortalidad del 40% comparado con los que mantenían un bajo nivel de actividad física.
Se considera el ejercicio físico como un tratamiento médico para supervivientes de cáncer pediátrico, ya que no sólo aumenta la calidad de vida sino además la “cantidad” de vida.
El ejercicio físico es beneficioso durante y después del tratamiento del cáncer. Además se ha demostrado que la actividad física en pacientes oncológicos es una práctica segura y factible. Hay que recordar que nunca es tarde para comenzar a entrenar.
Para poder implantar programas de actividad física para niños y adolescentes con cáncer, en el hospital y fuera de él, es fundamental la
comunicación entre el paciente y su familia, el oncólogo y un entrenador cualificado.
Para el desarrollo de un programa de actividad física en pacientes oncológicos pediátricos deben tenerse en cuenta los siguientes puntos:
El ejercicio físico debe incorporarse como uno de los pilares del tratamiento oncológico pediátrico, ya que aporta beneficios durante la fase de tratamiento activo y después a largo plazo.
Situado en el Edificio Camino La Zarzuela 15, seguirá el modelo de fisioterapia integral que desarrolla Sanitas
El Revolution Ascend es el primer escáner cien por cien basado en inteligencia artificial del sector